El Festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá trae en esta edición cuarenta obras internacionales de 26 países diferentes y le abre espacios a treinta compañías colombianas. La programación llama la atención por su gran oferta de obras nacionales y, especialmente, por la apuesta arriesgada de otorgar un peso fuerte al teatro experimental y contemporáneo.
Tengo tres recuerdos de Fanny Mikey: el primero, el que más grabado está en mi memoria, es el de la cuña publicitaria de radio en la que mencionaba a uno de los patrocinadores pesados que tenía el festival en aquella época; el segundo, el del cierre del festival del 2008, en el que después del espectáculo pirotécnico que despedía el último festival que ella vería en vida, la multitudinaria audiencia empezó a clamar a gritos “se lució, Fanny se lució”; y el último, el que más me impresiona, el de su despedida: la Plaza de Bolívar rebosada de personas que querían honrar su memoria, su vida, sus nobles oficios… una imagen que mi corta memoria solo recuerda con otra figura, la de Jaime Garzón y su despedida, que tanto conmocionó (y que aún conmociona) a todo el país. Es curioso: nunca la vi sobre un escenario y, aun así, la recuerdo como una mujer de teatro.
No fui consciente de la forma en cómo Fanny habitaba en mi memoria hasta que fui a comprar las boletas para el XIV Festival de Teatro de Bogotá que hará de la capital un gran escenario teatral durante 16 días. En la pared trasera de la taquilla del Teatro Nacional Fanny Mikey, vi un retrato de la artista colombo-argentina. En posición bonachona, los ojos de Fanny se posan en cada espectador que se acerca a adquirir boletería. Su imagen se levanta en el teatro (que además recibe su nombre) como si hiciese parte de la iconografía católica: su figura se alza legendaria, casi mítica, como la protectora, la gran patrona del teatro en Colombia. Una imagen que armoniza con esos recuerdos que revivieron cuando vi el retrato: la mujer que, con magia y milagros, promovió la fiesta teatral que cada dos años reúne realizadores, espectadores y curiosos de todo el mundo.
Esa figura mítica, que lideraba uno de los eventos culturales más ambiciosos de Colombia, dejó un legado grande y una cuota difícil de colmar. Trazó, tal vez sin saberlo, los caminos que podían seguir los festivales posteriores. Es por esto que, si revisamos la selección de obras de este año, veremos que la fórmula que le ha garantizado el éxito a los repertorios anteriores, se repite en esta edición: obras de gran formato, espectáculos deslumbrantes, efectos especiales inimaginables y shows que dejan al espectador con la boca abierta. Eso parece gustarles a los bogotanos y hay que darle al público lo que pide. Por este motivo, llegan espectáculos como La consagración de la primavera, 8cho, La Veritá y Las 7 vidas del gato. La primera está precedida por un dato muy taquillero: está dirigida por Shen Wei, el coreógrafo principal de la ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos de Beijing; promete música, colores, luces y unas coreografías que juegan con el símbolo de lo plegable. La segunda está clasificada dentro de un formato que venderá por sí mismo: tango aéreo; 8cho fusiona la tradición del tango con lenguajes coreográficos nuevos mezclando milongas y valses. Finalmente, los dos últimos recurren a contorsionistas, equilibristas, acróbatas, malabaristas y, por supuesto, al cabaret, para ofrecer a todo tipo de público un espectáculo circense que cautivará a más de uno.
Otro de los terrenos seguros para el Festival, de esos caminos trazados por el legado de Fanny que mencionaba arriba, es el del teatro clásico, el de sala, quizá porque es el que el público bogotano está acostumbrado a ver y el que más se acerca a la idea de tradición teatral en nuestra ciudad. Por esta línea encontraremos obras como Bodas de sangre (Federico García Lorca), Medea (Eurípides), Tirano Banderas (Ramón María del Valle Inclán), La tempestad (William Shakespeare), El oso (Antón Chéjov), El caballero de Olmedo (Lope de Vega) y La Orestíada (Esquilo).
Sin embargo, Mikey tenía la esperanza, de seguro, de que su creación superara al creador y perdurara por encima de lo que perece. Que el Festival siguiera creciendo, siguiera innovando. Y eso es lo más admirable del Festival que se avecina: el teatro que llega es experimental, raro, incómodo, vanguardista; viene con la promesa de sacar al espectador bogotano de lo que está acostumbrado a ver, de obligarlo a enfrentarse a nuevas experiencias estéticas: de sacarlo de su zona cómoda para demostrarle que, como todo arte, el teatro es un juego de reinvención.
Basta con ver las categorías o los géneros dentro de los que han clasificado algunas obras del repertorio. Está, por ejemplo, la de “teatro multimedia”. En esta categoría destaca Historia de amor (Chile), en la que la ambientación y la escenografía son diseñadas a través de filmaciones y animaciones, fusionando el lenguaje teatral con el cinematográfico; además, dichas composiciones digitales convierten al lugar de la acción en una viñeta de cómic, trasladando la narrativa de la historieta a la dramática. Algo similar sucede con Vanitas Libellum (Colombia), en la que se recurre al video en tiempo real y al video mapping, y con Partir que juega con el lenguaje de las artes plásticas. De esta manera, el teatro se muestra como un género experimental en el que las fronteras con otros, como el cine, el cómic y las artes plásticas, se borran, poniendo en cuestión la “pureza” de la idea de género y evidenciando, por si quedaba alguna duda, que más que un arte, el teatro es un punto de convergencia para todas las artes.
Por este mismo camino va la categoría de “Teatro contemporáneo”. Si bien la palabra contemporáneo nos ubica en un momento, un tiempo actual, esta categoría se refiere también a una estética: la experimentación. Hay experimentación en las formas, las narrativas, los temas y las tramas, lo que nos conduce, de manera ineludible, a la experimentación en la recepción, las interpretaciones y los significados de las obras. En Solos, por ejemplo, un monólogo se convierte en diálogo y un actor hace dos personajes de forma simultánea. En esta obra con tinte autobiográfico, Wajdi Mouawad problematiza la fragmentación de los sujetos (esos otros que lo habitan) por medio de proyecciones de sí mismo que interactúan con él en escena. De esta manera, el artista libanés “se confiesa” y muestra los profundos conflictos de identidad que libra consigo mismo. Aquí, los videos y la interacción multimedia crean una ilusión a través de hologramas que logran, finalmente, romper la realidad para multiplicarla.
La lista de experimentaciones de este tipo continúa. Está Cineastas, que muestra el proceso creativo de cinco directores de cine dividiendo el escenario en dos franjas cuya acción dramática, aunque simultánea, es diferente; de esta manera, su director, Mariano Pensotti, nos divide también la realidad, esta vez entre los mundos de ficción y los mundos reales, una empresa profundamente quijotesca. La simultaneidad se repite en El jardín (de Brasil, país invitado de honor). En ella se escenifica el punto de vista y el poder transformador (o distorsionador) de la memoria. Leonardo Moreira nos presenta aquí una propuesta lúdica que busca un espectador activo: el público es quien construye la historia a partir de los retazos de la trama que se muestran en escena. Como si fuese el dramaturgo, la historia será escrita por aquel que la atestigua. Algo similar sucede con el montaje Apesta, del colombiano Víctor Quesada. En esta obra, el espectador recorre las habitaciones de una casa y se entromete en la vida de los personajes. A este público también le entregan una historia quebrada; a este público también le toca reconstruirla, recontarla, para entenderla.
La vanguardia (que, como vimos, el Festival bautizó como “lo contemporáneo”) invadirá incluso el terreno de lo tradicional con algunas de las obras que presenté como clásicas anteriormente. Pensemos en Medea, la tragedia griega de Eurípides, que, en manos de Tomaz Pandur y su nuevo lenguaje escénico, se convierte en un testimonio de las mujeres apátridas del siglo XXI: las exiliadas, las inmigrantes y las refugiadas; podemos hablar también del montaje de Declan Donellan de La tempestad, que inunda, literalmente, el escenario, para representar el naufragio que detona el drama shakesperiano; y qué decir de Bodas de sangre, montaje en el que la carga poética de la tragedia lorquiana se mezcla con los símbolos complejos del teatro coreano. De esta manera, lo contemporáneo les permite a los realizadores recontar los clásicos, llenarlos de nuevos significados y acercarlos a un público que se quedará perplejo ante todo lo que una obra de este corte le puede comunicar todavía.
Este Festival llega, entonces, arriesgado. Nos trae un repertorio en el que el teatro se muestra en todo su esplendor al evidenciar que es un arte que alberga todas las artes y que, como los grandes géneros literarios, se resiste, se rebela y le huye a la noción misma de género; un teatro que rompe el molde y supera la categoría. La fiesta que está comenzando es la primera evidencia de que el Festival empieza a recorrer un camino irreversible de reinvención. Un gesto plausible porque sigue manteniendo la idea original por la que Mikey tanto luchó: que el Festival fuera una ventana abierta al teatro del mundo y que nos sirviera de espejo para pensar, repensar, resignificar, disfrutar, valorar y, en últimas, seguir construyendo nuestra propia tradición teatral.
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Mauricio Arévalo – Escritor y director general de la Revista Artificio. Magíster en Literatura y Literato con Opción en Estudios Teatrales de la Universidad de los Andes, se ha desempeñado como profesor de español y literatura en la media vocacional. Ha trabajado como director en producciones teatrales de autores como Shakespeare, Molière, Tennesse Williams, Michael Ende y Alejandro Casona. Ha sido ponente en congresos y encuentros literarios en Brasil, Ecuador y Colombia, y sus ensayos han sido publicados en revistas académicas y estudiantiles. Actualmente, es catedrático de “Shakespeare en el cine” en la Universidad del Rosario y asesor literario de la Compañía Nacional de las Artes, para la cual escribió una adaptación de Los dos hidalgos de Verona de William Shakespeare.
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