La directora artística de La Quinta del Lobo: Carmen Gil Vrolijk habla sobre esta instalación performática que se estrena el 21 de marzo en el Centro Nacional de las Artes Delia Zapata Olivella, como parte del II Encuentro del Agua y la Tierra.
20-03-2024
Carmen Gil Vrolijk, directora artística de La Quinta del Lobo, en la Sala de Artes Expandidas Fanny Mikey. Foto: Leo Queen
Luego de visitar La Chorrera, en medio de la selva del Amazonas, la artista visual Carmen Gil Vrolijk, directora del grupo La Quinta del Lobo, quedó con una sensación cargada de sorpresa: hay una paz que, según ella, no se siente en otro lugar.
Y es que La Chorrera es un lugar con un doble significado. Por un lado, fue el epicentro del genocidio generado por la explotación cauchera a finales del siglo XIX y comienzos del XX. Además, fue el escenario sobre el cual el escritor José Eustasio Rivera erigió la arquitectura argumental de su novela La vorágine, que se publicó hace cien años.
Allí, Gil Vrolijk y su equipo caminaron, navegaron, observaron y registraron la zona. Además, escucharon a miembros de dos de los pueblos que fueron víctimas de la explotación cauchera: los uitoto y los ocaina. Ese viaje fue uno de los puntos de partida para la creación de Habūb (escrituras de arena y agua), una experiencia performática y visual que se estrenará el 21 de marzo como parte del II Encuentro del Agua y la Tierra del Centro Nacional de las Artes Delia Zapata Olivella.
“Yo he investigado mucho sobre la cauchería, es un tema que me parece espeluznante porque es el primer momento de extractivismo en la historia del Amazonas y es lo que abre la puerta a todo lo que viene después: la tala, la ganadería, la biopiratería. Pero, ¿cómo llegas tú a hablar de eso a una sociedad en la que causó tanto dolor?”, se pregunta Gil Vrolijk.
Esta es una de las tantas preguntas sobre las que trabajó Habūb, que se presentará en la Sala de Artes Expandidas Fanny Mikey.
Otro de los cuestionamientos nació de la relectura de La vorágine, ese texto fundamental en la tradición literaria colombiana que Gil Vrolijk define como una novela bellísima y como la primera conciencia de la selva como protagonista. Sin embargo, el relato está contado desde la óptica blanca, por lo que para la directora fue esencial viajar a La Chorrera para encontrar esas otras voces que no se escuchan en el texto de Rivera.
“La selva nos atraviesa a todos, ¿cierto? El Amazonas es el pulmón del mundo y todos los que vivimos en este hemisferio estamos muy conectados con esas preguntas del ambiente. Pero, ¿cómo hablar de la selva, con lo indígena o de lo indígena sin apropiarse, sin extractivismo? La tarea del viaje era un poco eso: ver, escuchar y tratar de entender cómo estos pueblos tienen otro tipo de relaciones con la naturaleza y cómo esa historia de violencia se puede manifestar hoy”, explica Gil Vrolijk.
El equipo estableció contacto con esa generación de indígenas que está entre los 30 y los 50 años. Ellos les transmitieron las historias de sus abuelos. Una de las metáforas más potentes, recuerda Gil Vrolijk, fue la que les compartió José Pablo Neikase, del pueblo Ocaina: “Hace diez años hicimos una investigación sobre esas huellas de la cauchería, recogimos los testimonios de los abuelos, pasamos por los campamentos y cerramos el canasto del sufrimiento para abrir el canasto de la abundancia”.
Del Sahara al Amazonas
Carmen Gil Vrolijk cuenta que otra de las fuentes de inspiración para crear este proyecto fueron las imágenes satelitales de la Nasa que retratan las inmensas tormentas de arena que se levantan en el desierto del Sahara y que hacen que unas partículas mínimas atraviesen el Atlántico, pasen por los Andes, lleguen hasta el Amazonas y fertilicen la tierra.
Es la naturaleza escribiendo, dibujando un recorrido con una pluma efímera similar a la que utilizan las artes vivas que han marcado su carrera.
Estas tormentas se llaman haboobs, lo que explica el nombre de la obra. Según la directora, a partir de esos conceptos lo primero que se le ocurrió fue el espacio escénico. Para representar los haboobs, el equipo creó la estructura de un dosel de nylon que estará pegado del techo. En un extremo de la sala, tras una cortina negra traslucida, está ubicada la banda de músicos; mientras que del otro, desciende una tripolina -una especie de cortina de hilos blancos-.
Gil Vrolijk junto a Camilo Giraldo Ángel, Director Musical de La Quinta del Lobo. Foto: Leo Queen
La estructura narrativa de Habūb (escrituras de arena y agua) se divide en tres partes: en la primera, ubicada en el desierto del Sahara, están las escrituras de arena; en la segunda, las escrituras del viento, que representan los mares y los viajeros, colonos y científicos que los atravesaron con el objetivo de explorar el Amazonas. Por último, está la selva o las tres selvas, como precisa Gil Vrolijk: la de La vorágine, la monstruosa y la eterna.
“Primero estuvo el espacio escénico, luego las metáforas y ahí empezamos a construir figuras que se repiten en la obra”, explica la directora.
Según Gil Vrolijk, el interés de su grupo, La Quinta del Lobo, es crear una experiencia inmersiva y para eso es fundamental contar con artistas que lleguen desde diferentes categorías artísticas.
Es así como esta instalación performática se alimenta de elementos como proyecciones de video, que ensancharán todo el espacio escénico, y las canciones que Camilo Giraldo Ángel, director musical, compuso a partir de algunas frases de la novela de Rivera. En el escenario, el equipo multidisciplinar se complementa con las voces de Juanita Delgado y Juan Carlos Echeverry, la percusión de Urián Sarmiento, el contrabajo y electrónica de Juan Manuel Toro y la voz de Juan Luna.
“Como yo no vengo del teatro sino de las artes electrónicas, plásticas y de la literatura, para mí es muy importante contar historias, pero primero surgen las imágenes, los sonidos y luego una forma narrativa muy experimental”, asegura Gil Vrolijk.
Las miradas sobre ‘La vorágine’
Habūb (escrituras de arena y agua), que tendrá funciones de jueves a sábado hasta el 31 de marzo, hace parte del ciclo Vorágine extendida, con el que el Centro Nacional de las Artes Delia Zapata Olivella conmemora el centenario de la publicación de la novela.
Gil Vrolijk recuerda que leyó el libro cuando estaba en el colegio y lo que le quedó de esa primera aproximación fue la selva, no tanto el genocidio cauchero. Es por eso que para ella es muy importante volver a aproximarse al texto.
En ‘Habūb (escrituras de arena y agua)’ convergen la música en vivo, proyecciones de video y actuación. Foto: cortesía La Quinta del Lobo.
La directora, por ejemplo, leyó recientemente La vorágine. Una edición cosmográfica, de Margarita Serje y Erna Von der Walde, publicada por la Universidad de los Andes. Esta edición rescata la versión original de Rivera junto a los mapas de la época y, además, está acompañada de varios textos que dan un contexto más profundo sobre la situación.
Hay escritos que van desde Alexander von Humboldt hasta autores contemporáneos que hablan sobre extractivismo, los colonos, la explotación y la situación de las poblaciones indígenas.
“Otros textos tienen que ver con la garcería, por ejemplo, que es un fenómeno que se dio hace más o menos cien años y casi acaba con la población de garzas en el mundo, porque se exportaban para hacer sombreros en la Belle Époque y quedó solamente el 5% de ellas”, cuenta Gil Vrolijk.
Todas esas voces le sirvieron a la directora para entender mejor ese universo que rodea a la obra, lo que también se refleja en todas las hebras que se van tejiendo en el escenario. Por ejemplo, hay dos voces muy diferentes: la de Juanita Delgado, que Gil Vrolijk define como contemporánea y decolonial, y la de Juan Carlos Echeverry, quien es cantante de ópera.
“Eso nos ayuda a pensar un poco esos lugares, el colonial y el elemental, que es Juanita, que es la arena, que se vuelve viento, que se vuelve agua también”, finaliza.
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